Soy dios entre dioses, soy su creador y destructor, soy vida y soy muerte, soy bondad y también maldad; mas soy la perfección de la propia imperfección.
Muchos parecidos a mí han andado por estos paramos, mas son pocos mis iguales.
Todo en mí es una contradicción compleja y mi origen no ha de ser distinto. Pero he aquí el que he adoptado sobre los demás, el que yo mismo me he creado:

Invierno, el más inteligente y audaz de los lobos, consciente del abismo que lo separa de los suyos y de las demás bestias, e incapaz de comunicar todo su conocimiento, vive en solitario; hambriento de saber, buscando la manera de salvar la brecha que separa su mente y el mundo.
Han llegado a sus oídos relatos de un cuervo que sirve de entretenimiento a un grupo de babiecas, interpretando sus pensamientos y plasmándolos en suaves palabras.
«He aquí el puente para mi abismo» murmura para su corazón.
La inteligencia, como toda herramienta (mas eso es justamente lo que es), no conoce de bien y mal. Y tanto igual le vale salvar una vida como atormentarla de forma brutal hasta su deceso. Sólo la conciencia, aunque a veces imperfecta y subjetiva, puede guiarla por senderos sabios.
Invierno, portador de una conciencia incompleta (pues aún es un ser incompleto) da muestra del poder y la brutalidad de la inteligencia al grupo de tiranos idiotas.
De entre el vapor rojo emerge liberado Tifón, el cuervo.
Con pasos tímidos y mirada alerta se pasea entre los babiecas que yacen impávidos sobre la grava sin apartar sus penetrantes ojos del enorme lobo negro que se presenta a él en una disputada suerte de salvador o verdugo.
«Helo aquí, mi destino se ha presentado claro como un cielo estival» balbucea, el plumífero.
Tifón se hizo consciente en aquel momento de una cualidad que ignoraba, pues su don era el de interpretar los pensamientos y así comunicarlos a quien oyese, pero al hallarse al servicio de mamertos toda su vida, esta cualidad le resultó esquiva, hasta hoy: la elocuencia.
Una catarata de conocimiento se desborda a través de su pico con una ligereza y frescura totalmente nueva para él.
Y así es como Invierno, el lobo, y Tifón, el cuervo, se han vuelto uno, complementándose simultáneamente. Pero uno incompleto, mas sus vidas han tocado un punto llano. El uno deseaba comunicar sus pensamientos y el otro deseaba ser atendido con admiración –pues, ¿no es eso acaso lo que los pensadores y los vociferantes más anhelan?–. Y ahora ambos deseos han sido satisfechos con excelencia.
Largo tiempo vagaron el lobo y el cuervo por el mundo. Incompletos pero satisfechos, como muchas de las criaturas que en él habitan.
El vacío se incrementa con el pasar del tiempo. El lobo y el cuervo, como zombis hambrientos, devoran millas y horas.
El milagro acontece una vez en la vida, aunque a veces es tan fugaz que toda idiotez es oportuna para persuadirnos de apartar la vista y perderle para siempre.
Para Invierno y Tifón el milagro también les es lícito.
Un majestuoso dragón de piel negra como roca quemada y vetas rojas como lava ardiente que se desplaza bajo la tierra. Atrapado está en una celda del pasado.
El lobo y el cuervo escuchan con asombro el rechinar de dientes de una voluntad atrapada, impotente contra lo que está hecho. Acosada por demonios del «Fue».
«¡Por fin! Hemos encontrado el ocaso que precede el nuevo amanecer», se dicen con una mirada.
El lobo y el cuervo, como uno que eran, le ofrecen al dragón la llave de su liberación, pues sólo la elocuente inteligencia es capaz de semejante tarea; le ofrecen el «querer».
Los ojos del dragón cambian y el fervor vuelve a arder en su mirar, y les habla como sólo uno mismo puede hablarle a su corazón: «yo soy Poder, mía es la voluntad; pues no existe ningún otra fuerza que le supere, excepto el pasado, ahora aniquilado por mi querer».
Presencien ustedes, ¡he aquí el futuro!