–Bienvenido seas, oh rey de reyes, tirano entre tiranos, al mundo de los mortales.
–¿Qué… qué has hecho, humano? ¿Dónde estoy? ¿Cómo es que…?
–Imagino su desconcierto, pocas cosas se escapan a su comprensión. Le ayudaré un poco: está en mi morada. Para ser más exacto, está dentro de mi creación, construida con el único fin de contenerle, es decir, de contener a Dios.
–Cómo…
–Aún no termino, oh supremo. El contexto es más importante que el lugar. En otras palabras el porqué, no el dónde, es lo que debería haber preguntado, pero entiendo que no son preguntas lo que está acostumbrado a hacer, así que lo obviaré.
»Está aquí para ser juzgado, oh supremo juez, en igualdad de condiciones que sus creados.
–Dime, humano ¿Qué esperas ganar de esto? No sé, aún, cómo has hecho para atraparme aquí, pero no es importante ahora, porque sabes que no puedes contenerme por siempre, el tiempo está a mi favor.
–Admito que si no fuera Dios, me reiría de su seguridad, pero su inocencia pronto será removida.
»¿Qué espero obtener de esto? Justicia, pero justicia suena igual que venganza, y en este caso tal vez sean la misma cosa.
–Ni tú, ni ningún mortal puede juzgar lo divino; no puedes juzgar aquello que escapa a tu limitado entendimiento.
–Si mi entendimiento es limitado, es por su voluntad. Por lo que me es lícito juzgarle con la cualidad que fue fruto de su decisión: una mente limitada.
»Dice también que no puedo juzgar a lo divino, pero demanda usted que nuestros actos sean juzgados en base a reglas divinas, imposibles de seguir para un mero mortal. Yo creo que mi juicio es más justo que el suyo.
–He escuchado a millones como tú a lo largo de la existencia. Muchos más elocuentes incluso, y ninguno ha logrado hacerme cambiar de opinión respecto a mis reglas. No pierdas tu limitado tiempo, humano, y termina con esta farsa.
–Dos diferencias hay entre lo que fue y lo que es: primero, todos esos elocuentes estaban en sus divinos dominios al momento de hablar, ahora usted está en los míos. Segundo, ellos buscaban convencerle de cambiar algo, a mí nada de eso me importa, pues bien sé que si lo intentase, lo lograría, o al menos eso diría usted aquí, pero si algo sabemos los humanos es que se debe desconfiar de aquellos con tendencia a imponer castigos.
–Hablas con demasiada seguridad, como si creyeras que ya has ganado. No recuerdo a la última criatura que osó ser tan descarada en mi presencia. Pero te seguiré el juego, veamos a dónde quieres llegar con esta comedia.
–Descubrirá, con el devenir del tiempo, que mi seguridad no es mera fanfarronería, sino que se apoya en tres firmes pilares.
»Ya cubiertos los detalles preliminares, iniciemos el proceso: se le acusa de tiranía, genocidio, crímenes de lesa humanidad y todo acto de maldad y/o crueldad provocado por cualquier criatura de la existencia ¿Cómo se declara?
–Esto es absurdo, tanto así que su juicio ni siquiera sigue los lineamientos y protocolos de justicia…
–Permítame aclararle, una vez más, la situación. Ya que deduzco que el cautiverio en el que se encuentra y la desorientación provocada por la incomprensión de los hechos –una situación atípica, imagino, para un ser omnisciente– es el causante de esta falta de entendimiento. No existe en la humanidad un “método” o “protocolo” de justicia. Cada pueblo, cada nación, cada conjunto de individuos a lo largo de la historia ha tenido su propia versión de “justicia”; ésta es la mía. Serás juzgado en igualdad de condiciones que tus creados, dije. Y lo primero que nosotros los creados aprendimos es que las condiciones y lo que es “justo” y lo que “no es justo” lo impone quien tiene mayor poder. Y en este caso, ese soy yo.
–Has repetido ya varias veces tu posición de poder sobre mí. No veo cómo un efímero fragmento producto de mi voluntad puede tener poder mayor a la voluntad misma que lo creó. Dicho caso sería posible sólo con voluntades imperfectas, pero no en mí.
–Claro, porque usted es la perfección, ¿no es así? La perfección comparada con qué ¿con sus propias creaciones? Un supuesto ser perfecto que sólo sabe crear cosas imperfectas ¿Por qué será? ¿Acaso teme usted perder poder frente a iguales? ¿No es usted, acaso, amor y compasión? Pero en sus palabras resuena egoísmo y celo; inseguridad por encima de todo.
»Y el motivo, o fuente, que me alza en una posición de poder sobre usted, oh gran creador, pronto le será revelado.
–Mis actos no serán juzgados por un mero mortal, guárdate tu psicología superficial para ti y tus hermanos…
–Le recuerdo, estimado padre, que usted no posee poder alguno aquí, así que –ya hemos dilatado demasiado el tema– responda por favor, ¿cómo se declara ante los cargos de los que se le acusa?
–¿Podrías tú reconocer el juicio de una hormiga que pugna por condenarte porque, en tu afán de crear, has pisado a algunas de sus hermanas? ¿Te reconocerías culpable porque, al darle vida a una gran ciudad, has destruido algunos hormigueros y sus hormigas? Por tu rostro veo que no compartes mi comparación, porque, como muchos de tu especie, odias ser comparado con criaturas que consideras “inferiores”; aun así no me cabe duda que has entendido perfectamente la idea y lo innegable de mi lógica.
–Sea innegable o no su lógica, hay un punto de gran importancia que ha pasado deliberadamente por alto: el juicio mismo y la capacidad de esa hormiga –o conjunto de hormigas– en llevarlo a cabo y ejecutarlo de manera satisfactoria para sus intereses. De darse todas esas condiciones, como sucede ahora, poco importaría mi voluntad por reconocer, o no, dicho juicio y las causas de su origen, pues eso no alteraría de forma alguna la ejecución del mismo.
»Su silencio me da a entender que entiende y acepta mi conclusión. Ahora vuelvo a preguntar por tercera vez: ¿Cómo se declara ante los cargos antes mencionados?
–Inocente, por supuesto.
–Dice entonces usted, no ser responsable ni causante de los actos de los que es acusado, ¿es así?
–Es correcto.
–¿Aun cuando muchos de esos actos fueron ejecutados en su nombre?
–Las excusa de los humanos para sus actos, son sólo suyas. Bien sabes tú del libre albedrío del cual gozan. Que algunos hayan usado mi nombre para justificar sus actos, eso no me convierte a mí en responsable.
–Y qué me dice sobre las muertes horribles y las penurias que sufren algunos, que no tienen como responsable a otros humanos: como espantosas muertes por extrañas enfermedades y penurias sufridas por inclemencias naturales.
–Producto del azar y la mala fortuna, claro está.
–Permítame aclarar una cuestión: ¿no es, acaso, usted Dios? ¿El ser omnipotente, omnipresente y omnisciente que todo lo rige?
–Así es, pero como el humano goza del libre albedrío, así también lo gozan todas las cosas, incluso el azar. Para explicarlo en términos que le sean fáciles de entender, véalo así: son una gran granja de hormigas, que yo dispuse y superviso todo el tiempo, pero en la cual no interfiero casi nunca, más que para corregir ínfimos detalles. Todo lo que suceda dentro de la granja es producto del azar o de las criaturas que viven en ella. Yo sólo soy un espectador.
–Podría ser juzgado únicamente como espectador si no fuera por una salvedad: usted, con su omnipotencia, no sólo creó el escenario, sino también las capacidades de las cosas que componen dicho escenario (como el agua, que puede refrescar e hidratar, pero también ahogar y matar) y también los atributos de las criaturas que lo habitan, volviendo así este mundo un campo de batalla constante, cuyo principal orden es la muerte.
»Fue usted quien dotó a las bestias de garras y dientes para se maten entre sí de las maneras más crueles. Fue usted quien dotó a los hombres con vicios como la codicia y la envidia, cualidades que llevaron a la humanidad a terribles guerras y actos de crueldad inusitados. Fue usted con su omnipotencia quien desató todos estos sucesos. Fue usted, con su omnisciencia, sabedor del resultado de su creación, aún antes de crearla.
–Veo que has pensado en cada situación y cada respuesta a mis contestaciones. Al verme en una situación en las que mis omni-cualidades no me son útiles, gracias a esto que tú llamas tu creación, me encuentro en un estado extraño y atípico para mí, pero sí, tienes razón en lo que dices, pero a medias. Yo sabía y aún sé el resultado final de mi creación y por eso la llevé a cabo… aunque admito que esto nunca lo preví.
–Entonces, ¿se reconoce culpable de los cargos?
–En lo absoluto, dado lo que acabo de decir, pues el resultado final es mi único objetivo. Todos los acontecimientos intermedios no son más que movimientos o actos indispensables para alcanzar el supremo objetivo, es por ello que me mantengo en incansable vigilia para corregir cualquier posible desviación.
–¿Es por eso que existe el mal? ¿Es por eso que el Diablo aún existe?
–Indudablemente. El Diablo, como tú lo llamas, es una pieza fundamental en la maquinaria de la creación. Es, por así decirlo, el fuego que azuza el agua en la caldera (siendo el agua, las criaturas; y la caldera, el mundo) y la pone en movimiento.
–Entiendo, ¿podría usted decir cuál es ese mencionado “resultado final”?
–No te confundas, humano. Eso que consideras haber entendido no es más que un fugaz vislumbrar a un concepto inaccesible para una mente limitada y mortal como la de tu especie.
»¿Cómo podrías entender el resultado, cómo podrías interpretarlo, si no puedes entender el proceso?
–Me atrevo a aventurar, entonces, que el motivo por el cual nuestras mentes fueron arbitrariamente creadas con las limitaciones que tanto recalca, es para que nadie interfiera en sus planes ¿Estoy en lo correcto?
–Otro vago y pobre intento por entender lo inentendible.
–Bien, pero no podrá acusarme por no haberlo intentado.
»Dado que se me ha vedado el conocimiento del porqué de sus acciones, negándome el “resultado” por el que ha puesto en marcha esta creación, me veo obligado –como criatura mortal, de tiempo finito e incapaz de ver el futuro– a juzgarlo en base a sus actos pasado y presentes, relegando a la nada el futuro y su misterioso “resultado final”.
»No me queda otra alternativa que hallarlo culpable de todos los cargos, y condenarlo a desaparecer.
–¿Condenarme a desaparecer? Muy bien, ya me estoy aburriendo de esta comedia barata. ¿Ahora qué harás? Ya dictaste tu sentencia absurda y carente de todo significado. Ansío ver cómo terminas esto, pero te advierto, cuando salga de aquí te mostraré el significado real de la palabra castigo.
–¿Cree usted que realmente me habría impuesto semejante empresa si supiera que podría librarse de ella? Como bien dijo, estudié cada posibilidad antes de este momento, aun así nada de esto habría podido ser llevado a cabo sólo por mí. Ni mi creación, ni toda mi elocuencia habrían bastado por sí solas.
»Como le dije, mi seguridad de acción se sustenta en tres poderosos pilares, que por azar descubrí que tenían las mismas aspiraciones que yo. Pero ni ellos ni yo podríamos haberlo capturado cada uno por su lado. Pero con mi invento y sus capacidades… bueno, el resultado está a la vista.
–¿De qué estás hablando, humano? Me estoy hartando de este jueguito sinsentido.
–Permítame ser más claro, hice un trato con tres entidades, tres entidades que siempre quisieron ponerle las manos encima y nunca pudieron… veo que empieza a comprender.
»Dios, un ser único y anómalo, un producto imposible de la casualidad, pero que sucedió. Un ser capaz de burlar a las dos fuerzas infranqueables: el tiempo y la muerte.
»Pues a ellas les ofrecí un trato que no pudieron resistir: les ofrecí a Dios. Pero aún me faltaba el cómo, cómo traerle hacia mi creación. Y ahí fue que él apareció: el Diablo. Una criatura inmortal atada a esta creación, pero también vinculada a lo divino, concebida para servir en el caprichoso juego de un tirano que ostenta sentarse en la silla de los buenos. Una criatura cuyo único fin es hacer el mal; pues bueno, qué mayor oportunidad que ésta. Qué mayor mal que éste: podría ser partícipe en la destrucción de quien dice ser la representación del bien. Desconozco los detalles de cómo hizo para arrastrarlo hasta mi creación, pero sé que jaló con tanta fuerza de la cuerda celestial que lo vinculaba a ambos planos, que ésta se cortó… con usted adentro del plano mortal.
»Y así los tres pilares contribuyeron a la causa común, y gracias al Tiempo, todo escapó a su omnipresencia y omnisciencia. Todos unidos con un fin común: su desaparición.
»Ah, ya están aquí. De nada sirve que desespere, pues no podrá escapar, ya debería saber que nada escapa al paso del tiempo y que la muerte siempre llega; incluso para Dios.